Uno no tiene consciencia de que el tiempo pasa. No tenemos consciencia de que la gente pasa, los momentos pasan... uno no tiene consciencia. O empieza a tener consciencia cuando se da cuenta que el tiempo pasa, que la gente pasa, que los momentos pasan. Ahí se da cuenta de la fugacidad de la vida. Y es ahí cuando se me vienen a la mente los años de universidad y cómo algunos de nuestros profesores nos daban clases con tanta pasión. Pasión por la poesía filosófica alemana, Rilke por ejemplo. Y uno no tenía pasado. Uno agarraba todo lo que le daban y se lo metía para adentro, libros, ensayos, los leíamos, los hacíamos nuestros como si fuera lo último que hiciéramos. Éramos jóvenes sin pasado y con el cuerpo liviano como el de una paloma, con un desconocimiento sagrado de la vida, pero leíamos, teníamos inquietudes, hambre de saber.

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