Entonces llegué a pensar que si no limpiaba mi casa tendría
una vida más interesante, porque tendría más tiempo para pensar y hacer otras cosas, quizás relacionarme con gente. Que un poco de polvo estaría bien, como
un signo de alguien activo y desinteresado de las cosas sin importancia. Yo no
era así, yo limpiaba, empezaba a detectar polvo enganchado en los bordes de las
puertas, agarraba un trapo y lo eliminaba, continuaba por otras partes de la
casa, y así se pasaban las horas. No eran horas perdidas, porque al final cada
sección quedaba impoluta, transparentes los cristales de las ventanas, los
suelos relucientes, las mesas brillosas. Sentía que estaba haciendo algo productivo.
Miraba para atrás después de finalizar con la tarea y sonreía de satisfacción. Me
gustaba.
No obstante tenía necesidad de relacionarme, y eso era
bueno. Me gustaba saludar a las personas y establecer una pequeña
conversación. Siempre tenían algo lindo para decir, o distinto, cualquier cosa,
y me alimentaba. Sobre todo por eso de los presupuestos, o preconceptos, a
veces se trataba solamente del lenguaje del cuerpo, a veces intensidad en la mirada
o una palabra. Era lo más divertido, adivinar intenciones en las personas,
incluso hasta se me había empezado a hacer un hábito desde hacía unos meses. Había
tanta gente linda! Con belleza por todas partes, y eso me gustaba todavía más. A
los demás, los ignoraba, y se iban solos.
Pero, por esos días en que recién llegaba a la ciudad
después de tantos años, limpiaba, para sentirme útil, y la satisfacción de que
estaba funcionando me gustaba mucho. Como si en la dinámica de los movimientos
hubiera algo salvaje que me hacía sentir parte de la naturaleza, y lo hacía con
inconsciencia y libertad.
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