Esto es una apología a la vida de pueblo. Los videojuegos, la ropa, la comida, y hasta el amor, todos es un misterio, una incógnita, un tesoro.
Cuando uno vive en un pueblo las cosas tienen siempre un velo entre marrón y amarillo y por más que los rayos del sol le vengan a dar de lleno, a las diez de la mañana y en verano, las cosas siempre pasan en algún otro lugar, lejos, muy lejos.
Todo es lejano, en ese punto muerto entre el descanso y la pampa, justo ahí, en ese rincón que nadie sabe, ahí donde la gente no es nadie, donde sus respiraciones no incomodan, en el submundo del embudo mecánico de la sociedad de consumo, ahí es donde está mi alma.
(Las grandes ciudades se lo comen todo, tragan, engullen presas en sus calles, en sus ascensores, en medio del ruido insoportable de las máquinas, las ciudad le matan el alma a las personas, y van, entre solas y amargadas, a buscarse en el diario, en el cine, en sus teles)
En el pueblo, en cambio, nunca se es nadie.