Esto es una apología a la vida de pueblo. Los videojuegos, la ropa, la comida, y hasta el amor, todos es un misterio, una incógnita, un tesoro.

Cuando uno vive en un pueblo las cosas tienen siempre un velo entre marrón y amarillo y por más que los rayos del sol le vengan a dar de lleno, a las diez de la mañana y en verano, las cosas siempre pasan en algún otro lugar, lejos, muy lejos.
Todo es lejano, en ese punto muerto entre el descanso y la pampa, justo ahí, en ese rincón que nadie sabe, ahí donde la gente no es nadie, donde sus respiraciones no incomodan, en el submundo del embudo mecánico de la sociedad de consumo, ahí es donde está mi alma.
(Las grandes ciudades se lo comen todo, tragan, engullen presas en sus calles, en sus ascensores, en medio del ruido insoportable de las máquinas, las ciudad le matan el alma a las personas, y van, entre solas y amargadas, a buscarse en el diario, en el cine, en sus teles)
En el pueblo, en cambio, nunca se es nadie.







Para seguir, las cosas que no hiciste hasta ahora no las hacés más. Digamos la franja de años que te han hecho llegar hasta este 2008 es la que te define como persona: con ésos estudios, con ésos dolores marcándote las expresiones, con ésos temores, con ésa fisonomía, y sobre todo: con ésos hábitos.





