Acá otra vez, después de tantos días. La excusa sería más o menos así: la realidad apremia. Pero hoy me convoca un tema que me conmueve verdaderamente. Mi hermana mayor volvió a casa. Se fue un poco dormida, inconsciente, mareada, hola, qué tal, acá estoy, colocó a sus niñas en sendos colegios, y se animó a vivir bajo otro cielo unos cuantos años. Ahora, señores, está en el pueblo otra vez, el pueblo donde nació, donde estudió, donde tuvo su primer amor, el hijo del médico de la esquina de casa que saltaba los tapiales del fondo de nuestro patio para verla, besarla, quizás, por qué no, tocarle la cara interna de la pierna, era verano, hacía calor, quizás una sonrisa, un gesto animoso... y no sé, para mi era grandioso todo, ver cómo mi madre se ponía en plan detective ante una escena fresquita, reciente, yo tenía unos 7 años y mi hermana mayor unos 16 o algo así, su primer amor, Juan Ignacio, a mi me parecía encantador, lo miraba desde abajo (era alto) y suspiraba... sus ojos verdes, alto, fuerte, ahhh Juan Ignacio era el chico perfecto, y mi hermana mayor estaba enamorada de él. Mi hermana mayor vuelve a casa y yo estoy lejos, lejos para verle los ojos, lejos para agarrarle las manos fuerte, apretárselas mientras le digo, gracias por la infancia gabi, mi corazón está lleno de vos y de las trenzas de las peponas, de las tardes de verano tomando el nesquik a las 5 de la tarde, gracias gabi, gracias, y capaz un lagrimón se me resbale por la cara, por qué no. Ya ven amigos cómo todo vuelve a su cauce y ahora me retiro, no sin antes el protocolo de saludarlos muy amablemente. Hasta la próxima y gracias por leerme!. 
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