Mi abuelo era de Génova, ciudad portuaria y llena de tiendas regenteadas por chinos explotadores de
africanos-vendedores-ambulantes. Ellos les proveen de la mercadería que luego venden en las calles de la ciudad, a turistas, por un poco más de su valor que no deja de ser bajo, sin embargo. La proximidad al puerto quizás haga que estas tiendas proliferen tanto, detalle que no es menor dado el elevado número de ellas. Y uno no puede dejar de mirar, aunque no de comprar. Jeans completamente ponibles a 13 euros, sweters a 14... ganguísimas. Pero no me dejé llevar por la tentación,
lo chino sale caro. Génova es una ciudad sucia, olvidada, descuidada, donde la gente conduce mal y casi no respeta a los demás, claro que si se es turista y con dinero la cosa cambia; por nuestra parte preferimos vivir una ciudad más real, y por eso nos fuimos como pudimos, casi con lo justo.
La Génova de todos los tiempos (como adivino casi toda Italia) edifica sus casas con este tipo de ventanas que se abren desde abajo por una cuestión muy simple y picarescamente italiana: mirar sin ser visto. Si por poner un ejemplo tenés una frutería y el vecino de al lado te debe unos cuantos morlacos y le querés seguir el rastro para ver si vale la pena romperle las piernas sin pudor entonces te asomás por la ventana de tu casa sin ser visto, vos lo ves, él es muy probable que no. Así son todas las casas en Génova y uno, viajero ingenuo y feliz, se queda como estúpido mirando para arriba. Lindo. Yo solo puedo hablar de la Génova que vi aunque me atrevería a decir que ciertas miserias que conviven en la ciudad trascienden los tiempos: la pobreza y el abandono se ven en las calles, en las esquinas, en todas partes. Ratas huyendo velocísimas, papeles, olores, dejadez, suciedad, eso es Génova, eso, creo, fue siempre Génova. Por primera vez vi la ciudad que dejaron mis abuelos, lo último que vieron de Europa, movidos por un sueño mágico: América.
Y las prostitutas inundan el casco antiguo: africanas, centroamericanas, exibiendo sus carnes afuera de sus casas con luces rojas, los turistas andando, los lugareños, los niños, todos juntos paseando por las mismas calles donde perversión e inmundicia conviven, olores a grasa, a pescado podrido, a aire muerto, a Génova.
Árabes, chinos, latinoamericanos, españoles, africanos, gente de países muy diversos viviendo bajo el cielo genovés, todos juntos, hablando diferentes idiomas, exudando una cultura diferente. Génova está viva aunque por la noche muera un poco, o reviva, si se quiere, con otra cara: la cara de la muerte y de la sombra.